AMAZONAS: UNA MIRADA HACIA EL VACÍO
September 9, 2018
“Algunas miradas son tan fuertes que pueden derribar muros”.
Anónimo
Hoy en día, Siglo XXI, la palabra indígena ha dejado de hacer alusión al legado cultural para referirse a la atracción turística, proceso durante el cual se ha pasado del plano simbólico al material y banal, a través de la comercialización. En un viaje a la comunidad de Macedonia pude ver los ojos de una niña que al instante me atraparon, en su vacío incomprensible y eterno, todos le decían “mi amor, mueve los maracas”, “hija, sonríe para la foto”, “acomódate tu tiara”…etc. Sin embargo, la niña no se empeñaba en seguir ninguna de estas órdenes, simplemente se movía de atrás para adelante con aquella mirada fija y asustadiza a quienes la miraban y fotografiaban constantemente con esa parpadeante luz que cegaba su vista.
Luego de emprender nuestra travesía Bogotá-Leticia y de allí un pequeño viaje en lancha hasta la comunidad de Macedonia para luego arribar a la orilla de uno de los ríos más caudalosos y mágicos, el Amazonas, donde se encuentra el Resguardo indígena Tikuna, pude comprender el por qué nosotros somos cómplices de la muerte cultural de estas comunidades, responsables de que aquel atuendo tradicional y colorido no represente más que una fuente de subsistencia, puesto que éste lo que hace es crear el imaginario de lo “exótico”, además de fomentar las ansias del turista por llenar su cámara de fotos o incluso, deleitar su vista. No obstante, seguimos creyendo que los indígenas continúan usando estos vestuarios, que siguen comunicándose en su lengua madre o más aún, que siguen realizando actividades de pesca y caza, cuando la realidad es que el turismo ha ocasionado trastornos irreversibles en estas comunidades, si es que se pueden seguir llamando así.
Esta sensación de culpabilidad inició desde que vi la manera en que presentaban su cultura de una forma tan superficial, de modo que sólo relataban datos de interés que los colocarían en una buena posición turística, ya que más que todo hablaron acerca de sus artesanías; ni siquiera mencionaron sus antepasados, como si lo único que les importara fuera promocionar su cultura hacia el mundo exterior en vez de darla a conocer. Por otro lado, la única oportunidad que tuvimos de presenciar uno de los milenarios rasgos Tikuna fue a través de su baile, canto basado en agudas voces entonadas por las abuelas, con vestuarios hechos de palma cuyos tonos rojizos y azules realzaban la cara de las mujeres. Al menos eso creía, hasta que vi a aquella niña, la cual simplemente se movía verticalmente como si fuera una máquina, como si este significativo baile ya sólo fuera un espectáculo más para el mundo moderno que tan desesperado por conocerlo, le arrebató el alma.
Al sonido del canto final de la abuela, la niña simplemente se detuvo, miró hacia los lados y se fue a jugar con sus amigos. Sin embargo, en el momento en que me le acerqué junto con mi cámara, la niña se quedó perpleja con aquella mirada que me consumió por completo. En el viaje de regreso en la lancha, me acerqué a nuestro guía indígena Edison, a quien le pregunté acerca de lo que pensaba del turismo, y me respondió: “pienso que es bueno dependiendo del modo en que las comunidades lo manejen, pero para esta comunidad, funcionó como un veneno”. Fue allí donde entendí a través de la mirada de la niña, que su cultura ya no es más un legado sino materia prima para realizar espectáculos que poco a poco van perdiendo su significado y trascendencia, hasta convertirse en esclavos de lo moderno. Así que mi pregunta es: ¿para desarrollarse hay que olvidar? ¿Qué es el desarrollo?